Recuerdo mi parto como una de las mejores experiencias de mi vida, tanto en el aspecto espiritual como en el sexual.
Soy una persona a la que le gustan mucho las filosofías orientales, la relajación, la meditación, el sentir el cuerpo en el “aquí y ahora”. Por esto mismo, durante el parto no pensaba dejar que mi parte emocional saliera a la luz, se volviera loca y no me dejara experimentar todas las sensaciones fueran como fuesen.
Hacía tiempo que había visto el documental Orgasmic Birth: The Best-kept Secret y leído el libro Orgasmic Birth: Your guide to a safe, satisfying and pleasurable birth experience, de Debra Pascali-Bonaro. Según su autora desde hace tiempo nos han inculcado que el parto va asociado con dolor, con sufrimiento, cuando esta no es la realidad. Puede relacionarse con sensaciones de placer muy intensas, que pueden llegar a controlar todo el cuerpo y transportarnos hacia el clímax.
Te contaré mi experiencia para que tú puedas lograrlo
Focalizaba mi atención en las sensaciones de mi cuerpo, en mi bebé, cómo se movía y qué hacía; en mi espalda, en mis caderas, en todas y cada una de las partes, por pequeñas que fueran. Disfrutaba de las sensaciones e intentaba que estas, se fueran calmando.
A medida que el parto se acercaba en lugar de una vez al día, lo hacía dos veces. Lo compaginaba con ejercicios de yoga y hasta el momento que pude, de pilates. Esto me ayudaría a tonificar mi cuerpo de dentro y de fuera para estar preparada cuando llegara el parto.
El día de la llegada de mi pequeña Eva, fue espectacular. A media noche comencé a sentir unos breves pinchazos y al poco rato, rompí aguas. Llamé a urgencias y a mi médico de confianza y enseguida fui trasladada al hospital. He de decir que el conocer al personal, también me relajó mucho y ayudó a que todo fuera más fácil. Yo quería un parto natural, no quería epidural y me horrorizaba tener que hacer una cesárea con los riesgos que entraña para la mayoría de mujeres.
Así que, me dejé ir. Notaba como esas contracciones se convertían en olas de calor que cada vez se hacían más y más intensas. Recorrían mi cuerpo y se perdían en mi vagina hacia el exterior. También notaba cómo el bebé iba cambiando, pidiendo paso a través de mi canal uterino para venir a la vida. Cuanto más empujaba yo y más lo hacía ella, más intensidad experimentaba en las paredes de mi musculatura interna. Hasta que poco a poco, con tiempo y esfuerzo: SUCEDIÓ.
Ella sacó su cabeza y, en un abrir de ojos, su cuerpecillo, mientras a mi me envolvía una sensación orgásmica, totalmente placentera, como jamás había llegado a experimentar a lo largo de mi vida. No la reprimí, ni me avergoncé, la dejé ir, fluir por mi cuerpo como un regalo más de la naturaleza.